Llego al lugar de nuevo, dispuesto a no acercarme de nuevo a la Zona Peligrosa, como la llamo yo. No quiero que la sita Lilienthal me tenga que volver a salvar, no podría aguantar esa vergüenza de nuevo.
Avanzo entre las filas de mesas, con decenas de diferentes plantas plantadas en sus correspondientes macetas sobre ellas, mientras me froto la mano donde aún tengo el sarpullido que me ha producido la planta de antes.
Llegó hasta el final de una larga mesa, que pega conra la pared acristalada de El Invernadero. Allí hay una gran maceta apoyada en el suelo con una maceta aún más grande plantada dentro. Tiene los petalos púrpura intenso y el tayo verde pálido. Me acerco a ella, ya que no está en la Zona Peligrosa y por lo tanto no puede hacerme daño.
Acaricio uno de sus pétalos, y enseguida ocurre una cosa muy curiosa: Los pétalos empiezan a cambiar de color, pasando por el rojo y el amarillo, por el naranja y el magenta hasta llegar a un color entre verde y azul. Aparto la mano del gran pétalo, pero éste sigue con el extraño color turquesa. En su cáliz se está empezando a formar un fruto que no había visto jamás. Es parecido a una manzana, pero más alargada y del mismo color de los pétalos.
En un ataque de temeridad, agarro el fruto y tiro de él, haciendo que se desprenda de la flor. Me lo llevo a la boca automáticamente y le doy un mordisco. Enseguida un maravilloso sabor se extiende por mi boca. Nunca había provado una fruta igual, ¡es increíble! En unos cuantos mordiscos me la acabo, y tiro el corazón de la "manzana", donde están las semillas, a una basura que hay cerca de la planta.
Cuando levanto la cabeza y veo mi reflejo en el cristal de El Invernadero, un grito se escapa de mi garganta. ¡Me estoy volviendo azul!
La piel, los ojos, el pelo... ¡todo! Salgo corriendo de la sala, con el aspecto de un pitufo asustado.